Una anécdota sin venir a cuento

Cuando tenía 6 años, mi deseo y mi mayor anhelo era que me pusieran gafas. Era una verdadera pena que Leticia tuviera y yo tuviera una vista de lince que ya la quisiera yo ahora (ahora soy miope, fíjate).

Era tal mi empeño en arañar unas cuantas dioptrías a la vida que me empeñaba en mirar el sol y cerraba los ojos una y otra vez esperando así que, cuando los abriera, estuviera cegata perdida y por fin mis padres me llevaran al oculista.

Obviamente mi artimaña jamás surtió efecto así que tuve que desempeñar mi primer papel e hice el Ensayo sobre la ceguera mucho antes que Saramago la escribiera.

Una noche le robé las gafas a mi padre. Unas gafas pequeñas, de padre, con bastante aumento, y con ellas me presenté al día siguiente en el cole. Me senté en mi sitio, saqué mi estuche y, tan digna, me calcé mis gafas de siete leguas.

No veía ni torta, pero me sentía tan contenta de haber logrado mi objetivo y me veía tan interesante, que perdoné el beso por el coscorrón y así aguanté una semana. Pilarín me miraba todos los días y me preguntaba que de dónde había sacado esas gafas. Yo siempre contestaba lo mismo: " señorita, es que las necesito".

El resultado es que llamó a mi madre("¿cuándo le habéis puesto gafas a Almu?"), mi madre no tenía ni idea de lo que le estaba hablando y esa misma mañana me senté encima de ellas y sin darme cuenta las partí.

Los castigos varios que vinieron después no vienen a cuento. Pero no durarían mucho, porque entonces no era princesa, pero era la Reina para mi padre, que tampoco es mala marca.

http://www.youtube.com/watch?v=_OWzDP5cnE0