
Anoche comentimos el error de ir a cenar después de salir del teatro.
Y el error no está en ir a cenar después de salir del teatro. El error está en hacerlo una noche de superimportantísimopartidodefútbol.
El restaurante, que yo tengo por tranquilo, estaba con un pantallón gigante casi en medio del salón, el dueño borracho, el volumen tan alto que la gente se quejaba porque SÍ, HAY GENTE QUE NOS DA LO MISMO EL FÚTBOL Y SOLAMENTE QUEREMOS CENAR TRANQUILOS, con un poco de ruido de fondo, vale, pero no con semejante cantidad de decibelios haciendo eco en mi ensalada.
Un grupo de gente se fue, porque les era imposible cenar, hablar y estar un poco tranquilos.
No os digo lo que les contestó el dueño porque me da vergüenza ajena recordarlo.
¿Que nos podíamos haber ido? Sí, claro. ¿Qué podía haber bajado un poco el volumen y así habiamos estado todos contentos? TAMBIÉN.
Cuando el fútbol terminó y creíamos que se había acabado el suplicio, empezó la música. Así que, con el mismo volumen o, incluso, más alto, sonó
este tema ( estamos en La mancha, eh???)
y este, una y otra vez, una y otra vez....
Cada vez que alguien se quejaba, el dueño la subía todavía más....
Llamadme molestosa, si queréis, pero en la vida había visto una cosa igual.
Me sentó mal la cena y todo, lo prometo.